Argumento de El hombre que susurraba a los caballos
El hombre que susurraba a los caballos narra la historia de una familia que tras un accidente desafortunado busca la manera de encauzar su vida. Este accidente implica a
Grace y su caballo que resultan gravemente heridos. El destino de ambos se une y en un intento desesperado por recuperar a Pilgrim, Anie, la madre de Grace, decide ir a Montana a ver a Tom Booker, un vaquero que posee un don especial para hablar y curar a los caballos.
Los personajes
Robert Redford es Tom Booker, un ranchero (cowboy – hombre vaca) que vive su vida en el rancho familiar de Montana. Básicamente vive una vida de campo con todo lo que ello supone. A mitad de película sabremos que no siempre ha sido así, sino que estuvo enamorado y casado con una mujer de Chicago. Acabó separándose por la diferencia en el estilo de vida de cada uno. Simplemente no pudo ser.
Luego tenemos a Annie (Scott Thomas) una mujer con el típico modelo de éxito de antaño (y que creo que aún perdura). Mujer trabajadora, jefa de redacción de Vogue (una revista de moda y estilo) que vive en Nueva York, casada y madre de una niña.
Grace, hija de Annie y caracterizada por Scarlett Johanson, es una chica preadolescente diría yo. Al inicio se la ve muy feliz y risueña algo que le dura poco a raíz del accidente que sufre.
Hay muchas señales, pero no son señales escritas
Bueno, como siempre, hay muchas maneras de interpretar los aprendizajes de un film (tantas como personas somos) pero, si te parece, voy a empezar a entrar en lo que para mí es la temática de la película. Y no es otro que la rotura del espíritu infantil, algo por lo que todos pasamos antes o después en nuestra vida.
¿Cómo podemos saber si tenemos mucho o poco espíritu infantil? Bueno, básicamente si sentimos que tenemos poca confianza en nosotros mismos, en la vida y/o que el miedo está instalado en nuestra vida… Entonces ahí, definitivamente, nuestro espíritu infantil es escaso. Pero, como digo, no hay nada de lo que atormentarse: esto nos sucede a todos una o más ocasiones en la vida.
Es interesante que veamos que existen, básicamente, dos maneras de abandonar nuestro espíritu infantil: pasito a pasito o de forma brusca. En el primer caso lo que sucede es que vamos aceptando y haciendo nuestro un modelo social que, por alguna razón que desconozco, arremete contra nuestros niños y además los castiga. Y, sin saber cómo, un día te das cuenta que eres una persona seria y que tienes que hacer cosas muy importantes. O no tan importantes, pero que tienes que demostrarle a la gente que vales de alguna manera.
Con respecto a esto ya hemos hablado en numerosas ocasiones. La última la semana pasada con todo el tema de la crisis de los 30 años. El problema de este proceso es que es tan suave que no te das cuenta que estás muy metido en la mierda. Tanto es así que, incluso, muchas veces hasta defiendes una manera de vivir que sabes que te hace sufrir, daño y que machaca tu alma. Salir cuando estás tan metido es laborioso porque necesitas sacar muchas capas de cebolla sin tener la sensibilidad desarrollada.
Aquí me gustaría destacar una frase que se dice en la película: “hay muchas señales pero no son señales escritas”. Aunque en la peli se nota que lo dicen en otro contexto diferente, me gusta ligarlo con lo que hablamos en el capítulo 22 «donde el alma sonría, ahí es» cuando te explicaba que la vida primero susurra, luego habla y luego grita.
Y es precisamente a través de este grito que aparece la segunda opción con la que solemos abandonar nuestro espíritu infantil. Es a través de un suceso inesperado que nos puede llegar a traumar. Y es aquí donde se centra la película de El hombre que susurraba a los caballos.
La escisión del espíritu infantil en El hombre que susurraba a los caballos
- Accidente
- Recuperación física
- Choque frontal con la realidad → He decidido sacrificarlo así no sufre más y he pensado que también podéis sacrificarme a mí
- Miedo de la madre (hasta ahora escondido) por perder a su hija
- Miedo de Grace: no podré volver a mi actividad favorita y tampoco me querrá nadie
Cómo nos recuperamos de un trauma según El hombre que susurraba a los caballos
- Cambio de entorno
- Actitud y compromiso
- Yo no quiero tener nada que ver con esto
- ¿Algún problema? ¿No es obvio? No para mí, o estás dispuesta o no lo estás.
- Nos centramos en lo sencillo → la prioridad es el caballo
- Cuando las aguas se han calmado: las agitamos un poco → a por el miedo (damos actividades útiles cerca del miedo)
- Recuperar confianza → coche y conducir
- Importante: acompañar a la persona a que se centre en el SÍ en vez de en el NO
- Volvemos a agitar las aguas → Lo dejo en tus manos (y así lo hace)
- Escucha integral → Nos centramos en lo verdaderamente importante (abrir el corazón) + “no desaparezcas”
- Emerge la autonomía → prueba final
Annie – La determinación de una madre
Es curioso porque aunque todo el argumento de la película gira entorno a Grace, su accidente y el caballo, rápidamente vemos que la verdadera protagonista es la madre Annie. Quizás es porque el papel que le han dado a Annie se asemeja mucho al de mi propia madre, pero en esta ocasión he empatizado mucho más que cualquier otro momento en que visioné la película.
Y es que Annie figura como una mujer trabajadora con un buen puesto de trabajo. Una mujer determinada y que, aparentemente, tiene toda su vida bajo control. Con el paso de los minutos iremos viendo la verdad de Annie: no tiene ni idea de qué quiere realmente en su vida. Digamos que se ha ido dejando arrastrar por la inercia pero sin aprovechar para sacar su esencia, más bien al contrario: para taparla.
Ahí es cuando vemos a una Annie rígida tanto de mente como de cuerpo. Es un palo de mujer. Acostumbrada a salirse con la suya. De hecho vivimos momentos de grandes bochornos cuando Annie trata de mezclarse con la gente sencilla del rancho: cuanto más intenta controlar más mete la pata. Por ejemplo, se la ve muy forzada a querer caer bien.
Poco a poco se va permitiendo bajar sus defensas y vamos notando como se ablanda su semblante. Vemos el miedo a perder a su hija. El miedo a darse cuenta que hace tiempo que se siente muerta en vida. Que duda de su matrimonio. Que no es feliz. Quizás el mejor momento es cuando expresa todo esto en una charla con Tom en la que pone de manifiesto su miedo a la sensación de que las cosas se caen a pedazos.
- Déjalas caer.
- No puedo.
- ¿Por qué?
Silencio.
Tom Booker, el hombre que susurraba a los caballos
Si Annie es la fuerza y la determinación, Tom es la sabiduría de la vida y la confianza personificadas. Yo me he enamorado, obviamente. Me cuesta poner orden a este enorme personaje. Pero si tuviera que quedarme con una única cosa es su capacidad de escucha verdadera y profunda que le permite saber con exactitud qué se necesita hacer en cada instante.
Luego está la manera en que es capaz de mirar al sufrimiento a la cara. Un equilibrio impecable que le permite dignificar el sufrimiento pero no doblegarse ante él. Es un hombre que ha llegado a la sencillez de la vida a través de la comprensión profunda de entender el origen de la complicación de la misma. En este sentido me recuerda a la obsesión de Steve Jobs que gracias a la influencia Zen siempre buscaba simplificarlo todo. Pero para simplificarlo todo necesitas entender muy bien cómo se conforma el todo para aproximarte a la nada.
De esta sabiduría emanan muchísimas habilidades del personaje de Tom Booker: confianza en sí y en la vida, seguridad, respeto, curiosidad, compasión, se centra en lo importante, etc. En este sentido no es un personaje que tenga un arco muy complejo y desarrollado en la historia. De hecho, no soy un experto pero diría que apenas evoluciona este personaje a lo largo de la película. Pero sí que es un personaje muy inspirador.
Pilgrim, el caballo al que le susurraban
Y ahora me voy a aventurar a lanzarte una pequeña fumada a ver si te convenzo. Me gustaría hablar de la figura de Pilgrim, el caballo. Para mí Pilgrim viene a representar nuestra mente. Una mente que al inicio de la historia, cuando estamos en plena conexión con nuestro espíritu infantil, es una mente que dominamos y que disfrutamos. Nos reímos, Jugamos. Y todo es maravilloso.
Pero llega un día (o poco a poco, como decía al inicio del capítulo) en el que este caballo se descontrola. Se llena de miedos. Se llena de ideas que le hacen tener la sensación de que el mundo (y la vida) es un lugar hostil y trata de protegerse a toda costa. Primero a él y luego a su jinete. Aunque lo hace de una forma totalmente desbocada y genera mucho sufrimiento a su alrededor. No solo a sí mismo, sino a todo su entorno: Grace (que vendría a representar lo infantil), Annie (que es la determinación y el amor) y demás.
Hay una escena magnífica en la que Pilgrim se estaba dejando curar en el rancho y ante un estímulo externo vuelve a ponerse en alerta (el móvil de Annie). El caballo se escapa al galope. Tom, con la sabiduría que le caracteriza, sin alterarse se centra en lo importante: el sufrimiento del caballo. No rechista nada a Annie, ni emana ningún tipo de emoción: está impasible frente a la situación. Y entonces empieza la doma del caballo.
Hablar de la meditación. Somos el jinete.
¿Te ha gustado este capítulo?
Para mí es muy interesante saber cómo te están ayudando todas estas reflexiones, entrevistas y propuestas de ejercicicos. Puedes darme tu opinión aquí o dejar tu valoración:
Alberto dice
Hola, que tal??.
He leído tu comentario y me parece muy interesante. Para mi es una pelicula que, aunque parezca discreta y sin pretensiones, su recorrido es fascinante. Al final Tom sanaba a caballos que tenían problemas con las personas o era simplemente al revés. Ahí está el truco. Una metáfora preciosa con una bso increíble. Gracias por tu tiempo.
javi dice
Hola Alberto!
esta película debería ser (como muchas otras) de obligación ver en las escuelas para abrir debate. De hecho, estaría fantástico que las escuelas tuvieran una asignatura que se llamara, simplemente, VIDA. Y ahí se hicieran estas cosas.
Mil gracias por pasarte por aquí y dejar tu comentario. Es muy valioso.
Un abrazo,
Javi