Es indudable que vamos por la vida con una mochila gigante a nuestras espaldas. Y a medida que avanzamos por la vida la vamos cargando y cargando de cosas que jamás paramos a revisar.
La última vez que hice algo parecido fue en el Camino de Santiago. Y en aquella ocasión la mochila era física. No sabía dónde me metía, así que la llené de «por si…» y también con algunos «y si…»
Resultado: a los 3 días tendinitis; mis tendones de aquiles petaron escalonadamente.
Decidí seguir hasta Santiago durante 10 días más, aunque en el camino me perdía mucha diversión… Por ejemplo cuando mi grupito de amigos paraban a desayunar justo cuando mis tendones se habían calentado (y si paraba reanudar era un infierno).
Pasé muchas horas a solas con mi mochila y no pude evitar hacer la analogía con mi mochila emocional. ¡Cuántas veces he viajado por la vida con un peso que no me correspondia!
Uno de los aprendizajes más clarificador de mi vida fue precisamente lo que se deriva de esta frase. Y es que si ves que algo que defiendes a muerte en tu latitud es distinto en otro lugar, empieza a sospechar. Porque es inútil llevarlo contigo.
Esto me permitió deshacerme de mi identificación con mi equipo de fútbol y mi patria. Me hizo revisar mi definición de amor. Me permitió explorar mis sombras. Y me está ayudando a cuestionar mi modelo de vida entero.
¿Hay algo que lleves contigo que no te corresponda? ¡Te leo!
Frase inspirada en el libro «Viajar ligero» de Gabriele Romagnoli.
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