Cuán lejos llegarás por honrar tu voz interior, por avivar tu fuego, por hacer sonar tu tambor.
Era una mañana calurosa en Motunui, una pequeña isla de la Polinesia bendecida por la diosa de la naturaleza Te Fiti. Una niña con un corazón gigante y una curiosidad por la vida y el mundo intachables seguía a sus compañeros de clase por un camino corriente. Pero algo dentro de ella la hizo desviar del camino hacia la playa. Se alejó del grupo sin miedo a explorar y con una sonrisa en la cara.
Al llegar a la orilla vió como una pequeña tortuga se encontraba indefensa bajo una mini cueva formada por tres rocas. Era el único lugar que, además de proporcionarle una sombra placentera, la protegía de las hambrientas aves que la acechaban constantemente. Siempre era hora de comer para aquellas gaviotas.
Decidida, y con ese corazón que amaba a todo ser vivo, Moana que no levantaba más de 4 palmos del suelo tomó una gran hoja y se acercó a la tortuga. “Confía en mí, pronto estarás en casa” le dijo sin verbalizarlo. La tortuga empezó a caminar hasta el mar. Las gaviotas no cesaban de atacar, ahora más que nunca esa tortuga estaba a punto de caramelo. Pero no contaban con la fuerza del amor que proliferaba Moana. Así fue como la tortuga volvió con los suyos.
El océano, que siempre está escuchando, vió ese acto de amor y la pureza del corazón de Moana y la llamó. Empezó a danzar con ella. Moana, sin ser consciente por lo pequeña que era, estaba caminando en el océano que la abrazaba haciéndole un círculo a su alrededor. La harmonía, la belleza y el juego encontraban allí su espacio para manifestarse libremente. Al finalizar el baile el océano entregó a Moana una brillante piedra verde. Sus ojos, ya grandes de por sí, aún pudieron abrirse más al sostener ese objeto que parecía mágico.
Crack.
De repente se escuchó un sonido inesperado. El océano, un poco avergonzado de estar manifestando todo su poder y con miedo a ser descubierto, edvolvió rápidamente a Moana a la orilla. Ella no entendía nada. Su padre, jefe de la aldea, apareció entre las palmeras que separaban la playa del poblado y la tomó de la mano: “por fin te encuentro, ya te he dicho que no puedes venir sola a la playa. Es peligroso. Y aquí nadie traspasa la zona de los arrecifes”. Mirando atrás, mientras caminaba a rastras hacia adelante impulsada por la gran masa muscular de su padre, se preguntó: ¿Cómo puede ser que alguien tenga miedo de su propio poder? El océano no respondió.
Los años pasaron. Para Moana todo esto había sido un sueño. Pero aún sentía una fascinación inexplicable por el océano. Es como si en su inmensidad encontrase la calidez de su hogar soñado. Sin embargo, el mensaje de sus padres poco a poco fue calando en ella. Era la heredera del jefe y pronto le tocaría asumir la responsabilidad del trono y velar por todos los habitantes de la isla. Así fue como se fue alejando del océano. Los años fueron pasando.
Un día, que podría haber sido uno cualquiera de recolectar cocos, disfrutar de la pesca, de tejer tapices y de disfrutar de la gente del pueblo, quiso convertirse en el día señalado para avivar un fuego dormido. Es curioso esto del vivir en el que nunca sabes cuándo va a suceder que lo ordinario se erija como lo extraordinario. Y es que esto uno solo puede saberlo cuando se para y mira atrás preguntándose: ¿cómo y cuándo empezó esta aventura? Vas tirando del hilo. Y tiras del hilo. Y cada vez más. Y siempre llegas a la misma conclusión: empezó cuando nací.
El caso es que ahí estaba Moana con sus padres ejerciendo ya de consejera. Sonreía, sí, y era feliz pero dentro suyo no acababa de sentirse en casa. No entendía muy bien ese sentimiento. De repente unos aldeanos le enseñaban unos cocos que, al abrirlos, albergaban cenizas. ¿Dónde estaba su dulce y característico jugo? Bueno, plantaremos nuevos árboles en ese otro terreno. Días más tarde los pescadores alertaban de la falta de peces. El mal se estaba instalando en la isla y eso ya asustó más al pueblo.
Moana, al sentir ese desánimo a su alrededor conectó con algo profundo. “Tenemos que salir de los arrecifes. Ahí seguro que hay peces.”. Su padre no podía creerlo: ¿cómo seguía viva esa estúpida idea en la cabeza de su hija? “¡Nadie sale más allá de los arrecifes y punto!”. Empezaron a discutir. Aunque ninguno de los dos quería hacerlo. Esto nos sucede muchas veces.
Moana no entendía a su padre, ¿cómo no era capaz de ver la evidencia de su claridad? La mezcla de sentimientos eran muy confusa: tristeza, rabia, enfado, incluso miedos pululaban por su cuerpo. Su madre, en una posición neutra, se la acercó y le contó qué estaba pasando. Al parecer su padre tenía el mismo anhelo y espíritu aventurero que ella pero al tratarlos de honrar con su mejor amigo el océano les sacudió y su amigo falleció tras volcar el navío. Su padre, simplemente, quería curar su herida de no haber podido salvar a su mejor amigo tratando de salvarla a ella.
Gracias a comprender el origen del no que tanto le imponía su padre, Moana pudo ponerse en pié y, por primera vez en mucho tiempo, escuchó fuerte la llama que tanto la quemaba por dentro.
He estado contemplando la orilla del océano desde que puedo recordar sin saber realmente el por qué. Ojalá pudiera ser la hija perfecta pero de nuevo vuelvo al agua, no importa cuánto me esfuerce.
Una y otra vez, cada ruta que tomo, cada senda que sigo, cada camino que hago me lleva de regreso al lugar que conozco donde no puedo ir jamás. Donde anhelo estar.
¿Ves la línea donde el cielo se encuentra con el mar? Me llama. Nadie sabe cuán lejos llega. Si el viento en mi vela me acompañara, un día lo sabré.
Si voy, no hay forma de saber hasta dónde llegaré.
Lo que sí sé y conozco es que todos en esta isla parecen felices. Por designio todo es. Conozco a todo el mundo en esta isla y sé bien que tienen su papel y lo cumplen bien. Entonces tal vez pueda lidiar con el mío.
Puedo liderar con orgullo hoy. Puedo hacernos fuertes y sentirme satisfecha si sigo el juego. Pero la voz interior canta otra canción diferente. ¿Qué está mal en mí?
Una luz en el mar brilla intensa. Es cegadora. Y yo que sé que tan profundo va. Y será que parece que me está llamando: ven a mí. Te quiero ver. Así que ven a buscarme. Y déjame saber ¿qué hay más allá?
Voy a cruzar la línea e ir a donde el cielo se encuentra con el mar. Me llama. Nadie sabe cuán lejos llega. Si el viento en mi vela me acompañara, un día lo sabré. Qué tan lejos llegaré.
Animada por su propia canción Moana se pone en marcha con la canoa y el océano, su amigo y protector, la expulsa de mala manera. Aún siente duda en el corazón de ella. Desde ahí no puede iniciar su viaje. Moana contacta con el miedo más profundo. Pero lejos de acogerlo y aceptarlo, lo rechaza escupiendo y maltratando sus sueños. Voy ahora mismo a convertirme en la jefa de este pueblo.
Por fortuna su abuela lo ha visto todo.
- Abuelita…
- Tranquila no le diré nada a tu padre
- Es el momento de liderar este pueblo
- Adelante
- ¿Por qué no estás intentando convencerme de lo contrario?
- Has dicho que es lo que quieres
- Sí, así es
- Cuando me muera espero reencarnarme en una manta raya
- ¿Por qué actúas rara?
- Soy la loca del pueblo,e s mi trabajo
- ¿Hay algo que me quieras decir? Dímelo. ¿Hay algo que quieras decirme?
- ¿Hay algo que quieras escuchar?
De esta extraña manera Moana empezó a saber que hay una historia que nunca le han contado. Una que podría tener la respuesta a su gran pregunta: ¿quién se supone que soy? Su abuela la alentó: “ve adentro y toca los tambores”. Moana no entendía nada. ¿Ir adentro? ¿Qué tambores? Pero sin hacer nada especial, simplemente dejándose en paz y escuchándose a sí misma observó que su fuego interior seguía vivo. Que iluminaba más que nunca. Ahí divisó unos tambores. Y al tocarlos le pareció evidente: suena como el latir de mi corazón. Ahí estaba su hogar.
Su abuela, entonces, le contó la historia de cuando era pequeña y había estado danzando con el océano. “Pensé que había sido un sueño”. “Fue real, el océano te eligió a ti para salvarnos. Yo lo vi con mis ojos.”. Y le entregó una piedra verde y brillante. Una fuerza, una determinación y una valentía desmesuradas empezaron a emerger desde un lugar que Moana no sabía ni que existía. Parecía que solo había necesitado que alguien confiara en ella para adueñarse de su propia confianza.
Los pasos que daba ahora no solo eran contundentes sino que inspiraban a cualquiera que se cruzaba en su camino. Así fue como cuando su madre la pilló preparándose para partir a un viaje sin billete de vuelta y lejos de regañarla con el mensaje del miedo, la ayudó a prepararse desde el amor. Es increíble las montañas que puede mover la autoconfianza y la confianza en la vida.
De pequeña le habían contado la historia de la diosa de la naturaleza Te Fiti y cómo el semidiós Maui le había robado el corazón. Y que al hacerlo había aparecido Te Ká, el mal que empezó a arremeter contra todas las islas de la Polinesia. Si esta historia era cierta, era momento de devolverle el corazón a Te Fiti y su primera parada sería encontrar a Maui.
En todo esto había un pequeño problemita: Moana no era navegante, o al menos si lo era no sabía cómo ejercer de ello. Pero confió en que el océano la ayudaría, al fin y al cabo era la elegida, ¿no? Con lo que no contaba ella era que las maneras en que el océano iba a demostrarle el camino no iban a ser los que ella quería, sino los que ella necesitaba. Unos cuantos revolcones por aquí y otros por allá, Moana acabó en cada de Maui no sin enfadarse antes por lo experimentado: ¡cuánto dolor y sufrimiento había experimentado durante el viaje!
Maui era un personaje peculiar. Por su forma de actuar y hablar parecía alguien muy confiado en sí mismo. Incluso su cuerpo fuerte, contundente pero a la vez ligero y flexible fortalecía esa idea de seguridad. Y, sin embargo, a la que rascabas un poco la superficie aparecía un profundo desamor hacía sí mismo.
Al parecer Maui no había sido siempre un semidiós, sino que había nacido humano como cualquier persona más. Bueno, como cualquier persona no porque siendo bebé sus padres no lo quisieron y lo abandonaron lanzándolo al océano. La fortuna quiso que los dioses lo encontraran y lo acogieran convirtiéndolo así en el primer semidiós y dándole un gancho que le permitiría adoptar cualquier forma que quisiera y necesitara para sus misiones.
A partir de ahí empezó a cumplir miles de misiones y todo para ganarse el amor de los humanos. Creó las islas donde habitaban. El viento que movía sus embarcaciones. Alargó las horas de sol para que tuvieran más día. Y un montón de cosas más. Pero, al parecer, nunca nada era suficiente para ganarse su amor. Hasta que le pidieron robar el corazón de Te Fiti con el que podrían crear cualquier vida. Y al hacerlo, los dioses le castigaron aislándole y sin su gancho.
- Si vamos a ir a luchar contra Te Ká, necesito mi gancho
Así fue como Moana y Maui hicieron una parada técnica para recuperar el poder de Maui, no sin la típica aventura que casi acaba con sus vidas. Esta aventura no solo acercó los corazones de nuestros protagonistas sino que, además, restauró la confianza en sí mismos. Algo que iban a necesitar para enfrentarse al dios de la destrucción. Y allí que fueron.
Llegaron antes de lo esperado, todo parecía estar de cara. De la nada empezó a levantarse una gran niebla. No, no era niebla. Era humo mezclado con vapor de agua. Lo supieron cuando frente a ellos se erigió una gran bestia de fuego parecida a un volcán que empezó a atacarles sin siquiera mantener una breve introducción protocolaria en plan “Soy Te Ká y os voy a destruir”. La batalla había comenzado.
Solo unos minutos después, tanto Moana como Maui estaban completamente vencidos. Al parecer sus corazones aún no habían dado suficiente fuerza a sus almas. La confianza que tenían en sí mismos aún era débil. El gancho de Maui estaba casi destrozado, un golpe más y no podría volverse a convertir jamás en ninguna forma. Y Moana, volvía a dudar de su claridad y determinación de ser la elegida. Discutieron.
- No podemos vencer Moana
- Sí, es lava y no puede tocar el agua, podemos pasar por esa apertura de ahí y llegar hasta Te Fiti
- ¡No! ¡No lo entiendes! Un golpe más en mi anzuelo y se acabó Maui.
- ¡No es verdad! Un anzuelo no determina quién eres. Tú eres el que se convierte en Maui.
- Sin mi anzuelo no soy nadie.
- ¡No! ¡Podemos vencer!
- Sin poderes no hay nada que hacer.
- Soy la elegida del océano – dijo Moana sin creérselo
- Pues el océano se ha equivocado. Adiós.
La inseguridad se instaló en Moana. En verdad ya llevaba instalada desde que partió por primera vez de su propia isla pero nunca había querido mirarla a la cara. Era demasiado dolorosa porque la confrontaba a revisar la pregunta que siempre temía no tener respuesta: ¿quién soy? Pero ahora ya no quedaba nada. Había tocado fondo. No quedaba más remedio que revisar esa inseguridad y resignarse a ella.
Esta resignación hizo que Moana contactara con lo que aún sentía en el corazón y de lo que no era capaz de desprenderse: no soy nadie especial. No soy digna de esta misión. Y no merezco la vida. Tomó la piedra verde y brillante en representación de esa vida, al fin y al cabo era el mismísimo corazón de la diosa de la naturaleza, y lo lanzó al océano diciendo “Tienes que elegir a otra persona, te has equivocado conmigo.”.
Al hacerlo una manta raya brillante apareció debajo de su barca. Era su abuela reencarnada pues al parecer había muerto al poco de partir en su aventura.
- Abuela
- Al final has ido lejos del arrecife
- Lo he intentado pero he fallado
- No es culpa tuya, no debí ponerte tanto peso encima de tus hombros. Puedes volver tranquila a casa. Yo estaré contigo.
Moana se dirigió a la popa de la embarcación para empezar su viaje de vuelta a casa. Pero se quedó clavada. Algo la paralizó.
- ¿Por qué dudas?
- No lo sé
Conozco a una chica de una isla que destaca de la multitud. Ama el mar y su gente. Ella enorgullece a toda su familia.
A veces el mundo parece estar en tu contra. El viaje puede dejar cicatrices. Pero las cicatrices pueden sanar y revelar dónde estás.
Las personas que amas te cambiarán. Las cosas que has aprendido te guiarán. Y nada en la Tierra puede silenciar la tranquila voz que todavía hay dentro de ti. Y cuando esa voz empieza a susurrar: «Moana, has llegado tan lejos. Moana, escucha ¿sabes quién eres?”
Y al escuchar esta pregunta Moana se sorprendió: Lo tenía claro. ¿Quién soy? Soy una chica que ama mi isla. Y una chica que ama el mar. Me llama. Soy la hija del jefe del pueblo.
Soy descendiente de viajeros quién encontró su camino a través del mundo. Ellos me llaman. Nos he devuelto a donde somos. He viajado más lejos. Soy todo lo que he aprendido y más.
Aún así, me llama. Y la llamada no está ahí afuera, está dentro de mí. Es como la marea siempre cayendo y subiendo. Te llevaré aquí en mi corazón, me recordarás que pase lo que pase conozco el camino. Yo soy Moana.
La mirada de amor y de comprensión de su abuela era todo lo que necesitaba y era suficiente para que conectase de nuevo con quien realmente era. Se tiró al mar y recogió del fondo la piedra verde brillante. El corazón de Te Fiti. Y logró entregárselo:
- Han robado el corazón de tu interior, pero eso no te define.
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