- Dada mi situación actual, no me lo permito.
- Entiendo – respondí notando un dolor en el pecho
- Además, no entiendo que en tan poco tiempo hayas desarrollado tanto sentimiento hacia mí. A mí nunca me ha pasado, soy de ir cociendo a fuego lento.
Tras una hora de una conversación telefónica sincera, tranquila, incluso diría que amorosa, parecía que una vez más me topaba contra el muro de la vida diciéndome: “Chaval, las has vuelto a cagar. No era por aquí.”. Y hoy, la mañana siguiente, noto como la confusión, la tristeza y, en parte, la sensación de vacío quieren instalarse durante un tiempo conmigo. Necesito un abrazo, me digo. Los ojos piden abrir el grifo, el corazón está blandito y las preguntas me atropellan.
En esta ocasión, por eso, la preocupación no va tanto en que no se haya materializado esta relación (que también y que además sobre el papel ya era complicadísimo de lograr) sino las grandes dudas más profundas que me explotan en la cara cuando creía que había claridad en mí. La que más daño me hace, por decirlo de alguna manera, es la de fallar tanto en mi intuición. Después de tantos años, ¿tan lejos estoy de escucharme y leerme? ¿En serio?
Y, reconozco, que son cuestiones que me preocupan porque me ponen de manifiesto la gran pregunta: ¿a qué coño me agarro si no puedo confiar ni en mis estados internos con los que parece que hablamos idiomas distintos? Yo, que ahora me sentía seguro y confiado porque creía haber arreglado este barómetro sensacional.
Y con este miedo resurgido de las cenizas (puto miedo fénix) el tren de las preguntas más estructurales coge rumbo al tormento. ¿Qué coño estás haciendo con tu vida? ¿Cómo puedes pretender dedicarte a lo que te quieres dedicar si tu finura es la propia de un trabuquero? ¿Y ahora qué hago con esta situación amorosa, claudico y la dejo pasar o sigo activando según mis impulsos? ¿No estás harto de ir a pelo y sin freno de mano?
Si todas estas preguntas fueran libros impresos, sus aspectos serían pequeñitos, gorditos, amarillentos, sobados, rotos y enganchados con celo. De tantas veces consultados a la desesperada buscando la manera de sostenerlas.
Nadie dijo que vivir auténticamente era lo mismo que vivir sencillo. ¿O sí?
Vivir sencillo
¿Qué es vivir sencillo? No voy, siquiera, a consultarlo con nadie. Para mí vivir sencillo es vivir desde un piloto automático en el que el pensamiento no interviene. No has de hacer nada especial. Todo se da y uno solo tiene que dejarse llevar.
Claro, vista esta manera macarrónica de definir la sencillez, ¿quién no querría vivir sencillo? Yo, desde luego, sí querría. Sí, quiero. Quiero una vida sencilla (esto lo repito para que el director general del Universo empiece a tener claro un poco lo que quiero jajaja).
Pero vivir sencillo sin más, tiene dos problemas. Sí, sí, no me leas así. Tiene dos problemas. ¡Vamos a por ellos!
El primero es que cuando nos hacemos adultos esta sencillez está sostenida sobre un castillo de naipes falso llamado normalidad. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que, de adultos, este piloto automático donde el pensamiento no interviene tiene por coordenadas de destino un espejismo. Un conjunto de ideas que, a priori, pensamos que son las que me hacen vivir bien, me llenan y me expanden. Y, sin embargo, a medida que avanza el trayecto la apatía, la tristeza, el miedo, las tensiones, el vacío y la flojera de espíritu se apoderan de los mandos de la nave.
Muerte por falta de magia.
El segundo problema está cuando tratamos de darle forma a esta sencillez a la desesperada. Bien podría ser una salsa de pasta italiana recién hecha: sencillez a la desesperada. Y es que ya he perdido la cuenta del número de veces que viendo la ostia venir me he parado y trataba de ordenar mi vida. Voy a hacer esto. Y esto otro también. Y esto no sirve de nada, así que fuera… Te viene el subidón del momento, como si estas listas estuvieran hechas de cocaína, y a la mínima que te despistas: mono al canto. Y entonces el machaque y el victimismo toman los mandos.
Muerte por salsa italiana.
La sencillez estrellada
¿Qué está pasando Javi? ¿Por qué narices no logramos vivir sencillo? ¿Acaso hemos nacido malditos? ¿Qué nos falta?
La autenticidad.
Fíjate… Nada de lo anterior está sostenido en lo auténtico, sino en lo normal. Lo normal nos tiene atrapados y ha generado un laberinto lleno de muros de hormigón armado que nos procura una vida a velocidad e intensidad limitadas. Limitadas porque si aceleras un poco te la pegas. Y te la pegas fuerte. Y, claro, como alrededor solo ves muros y gente respetando los límites… Pues no te paras a cuestionar tu transporte.
Hasta que un día, sin saber cómo, te montas en un globo aerostático. Ese día, ese momento, ese instante lo cambia todo. Ya has volado y todo lo que sea vivir atrapado entre muros grises ya no te sirve.
Ahí has flirteado con tu autenticidad, pero aún no eres consciente. Y no lo eres porque tenías esa parte de ti pudriéndose. Marchitándose.
Vivir en autenticidad
Sucede, entonces, que empieza el gran juego. El juego de redescubrirte, de reconocerte, de honrarte y, finalmente, de reconquistarte. Volver a vivir en autenticidad, como cuando éramos pequeños. Donde todo era posible. Donde expresaba todo mi pleno potencial sin entrar a valorar mentalmente la bondad o maldad de lo hecho (porque lo hecho desde la expresión de quién soy realmente siempre es el bien).
Pero este camino, queridos y hermosas lectores, no es sencillo. No es sencillo porque no estamos acostumbrados a transitarlo. Simplemente eso. La sencillez llegará. Llegará después de la conquista (o durante). Pero ten por seguro que por el camino, como iniciaban estas líneas, vendrán turbulencias.
Descenderás con el globo a la ciudad de muros, te harán dudar de que estás volando, desearás no volar más para encajar. Te enamorarás de alguien que sigue en la ciudad. Irás a comprar al supermercado y no tendrás el dinero de Muro-land. Y a la vez te sentirás más fuerte y ligero que nunca. Y chocarás contra un muro. El cuerpo te dolerá. A veces el corazón parecerá explotar.
Y eso no es sencillo.
Eso te curte. Te hace cuestionarte. Por arriba y por abajo. Y practicarás la aceptación. Y recogerás proyecciones por doquier. Y practicarás abrir el corazón aunque tu mente te diga que ya no puede más de tanto dolor. Y seguirás escribiendo una mañana festiva con un sol que invita a playear. Y te preguntarás ¿qué coño estás haciendo con tu vida? una y mil veces.
Pero verás que hay magia alrededor. La magia que infla tu globo y te permite volar.
Auténticamente sencillo
Y, aunque aún no lo sé, intuyo que con el viaje de ir y venir de Muro-land hay un momento donde todo se coloca donde debe estar y de donde no deberíamos haber salido nunca. La vida sencilla y auténtica. Donde el no pasa nada y el todo está bien se instala permanentemente en tu vida. Donde una mujer, un hombre, un trabajo, una familia, un dinero, una enfermedad y demás no te alteran sinó que son oportunidades para ser más tu mismo sin engancharte a ellos.
Y, me pregunto, ¿qué necesito para instalarme aquí?
Y, me respondo, seguir abriendo el corazón aunque a veces duela. Seguir entregándome a muerte, aunque el dinero en el banco vaya menguando. Seguir adelante por donde la mente no sabe explicar lo que estoy haciendo. Practicar mi escucha y poner en práctica mi intuición. Y no parar de poner en juego todo lo que traíamos de serie en nuestra infancia: la inocencia, la espontaneidad, la acción, la movilización de todas las energías, la curiosidad y la actitud de juego a muerte.
- Dada mi situación actual, no me lo permito.
- Entiendo – respondí notando un dolor en el pecho
- Además, no entiendo que en tan poco tiempo hayas desarrollado tanto sentimiento hacia mí. A mí nunca me ha pasado, soy de ir cociendo a fuego lento.
- Yo tampoco lo entiendo, y por eso sé que es auténtico. Y no dejaré de hacerlo. Muchas gracias por permitirme poner en práctica mi apertura de corazón sin freno. Me he enamorado de mi esencia a través tuyo. Me voy a volar en globo, si quieres venir conmigo será maravilloso.
¿Quieres?
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